Diario de una semidiosa
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Mia
Mientras Layla me hablaba sobre su aventura, empecé a escuchar como alguien me llamaba “¿princesa?” Esta voz tenía un tono juvenil masculino “¿princesa?” Volví a escuchar.
–Mia ¿te encuentras bien? – me preguntó Layla, esa pregunta me hizo volver a mí.
–sí, ¿por qué? – le respondí.
– te noto muy distraída, parece que estuvieras aquí en cuerpo, pero no en mente – me dijo con una sonrisa.
– es que estoy pensando en la universidad, tengo que hacer la inscripción pronto – le mentí.
– si quieres seguimos en contacto por mensaje – le dije guardando mi celular en el bolso.
– está bien – me respondió ella con una mueca de disgusto – nos vemos en otra ocasión.
En eso nos pusimos de pie, nos despedimos y subí lo más rápido que pude a mi departamento.
Cuando llegué, saludé a mi padre y subí a mi habitación, cerré, le pasé seguro a la puerta y me acosté.
Al cerrar los ojos aparecí sentada al pie de un árbol de hielo, el frío se sentía muy fuerte y me abracé para no perder el poco calor corporal que me quedaba.
– ¿te encuentras bien? – me preguntó una voz conocida.
– Solo tengo mucho frío – respondí buscando a la persona que me hablaba, en eso sentí cómo alguien me ponía un agradable poncho de piel y cuando logré ver a la persona, era un chico alto, delgado, con unos ojos turquesa que hipnotizaban, un cabello azul que no se quedaba atrás y unas orejas que terminaban en punta.
– ¿mejor? – me miró y esbozó una sonrisa. Lo vi y cuando su mirada se cruzó con la mía asentí con la cabeza.
– Me llamo Milo, hola Mia – me dijo estirando la mano para ayudarme a ponerme de pie.
– ¿cómo sabes mi nombre? – le dije algo extrañada y me puse de pie con su ayuda.
– tu padre me ha hablado muy bien de ti, él me crió, cuando tú naciste yo tenía 5 años, al cumplir la mayoría de edad me hizo prometer que cuidaría de su princesa y heme aquí.
Nunca dejé de vigilarte, lo que pasa es que al no haber descubierto tus poderes eras ajena a esto – me sonrió.
– cuando estabas en el café escuchaste mi voz porque estaba ahí en presencia espiritual – lo miré fijamente y nuestras miradas se volvieron a conectar.
– ven, quiero presentarte a tu pueblo – me tomó de la mano y guio a una aldea que estaba cerca de ahí.
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