Después de escuchar todos los detalles de la fiesta, no podía evitar sonreír con mis amigas. Anetta y Remina hablaban sin parar de los chicos que conocieron, de cómo habían decorado el salón, de la música y, por supuesto, de quién les pidió sus redes sociales.
Yo solo me reía cuando no se ponían de acuerdo sobre cuál era más atractivo.
Intentaba mantener la atención en sus anécdotas, pero mi mente seguía repitiendo lo que había vivido horas antes. El rugido del nóctofago. La espada de Zeylan. El fuego azul. Las cadenas.
Todo volvía en ráfagas.
Volvía y se iba como las olas del mar.
Por mucho que intentara convencerme de que había sido solo un sueño, sabía que no lo era.
Aunque lo contara con lujo de detalles, ellas no me creerían.
Aunque les mostrara los símbolos que aparecieron en mis manos, desaparecerían antes de que pudieran verlos.
Suspiré. Volví a la conversación cuando escuché a Mina hablar con entusiasmo.
—Chicas, ¿saben qué? —dijo con esa energía suya tan contagiosa—. ¡Deberíamos salir este fin de semana! Noche de chicas. Sin excusas.
Remina dejó de cepillarse el cabello y asintió con una sonrisa cómplice.
—Bueno… si la señorita ¡No estoy de ánimos hoy! ¡Este periodo me está matando! quiere salir… —Remina hizo una imitación muy poco disimulada de mi voz, con muecas exageradas.
Le lancé una almohada directo al pecho. Las tres estallamos en carcajadas.
—Está bien —dije con una sonrisa—. Salgamos este fin de semana. Pero ni se les ocurra citas sorpresa, ¿vale?
—¡Okey, okey! Pero David era perfecto para ti —dijo Mina con una risita pícara.
—Perfecto hasta que me dio una guía completa para jugar Monster Smasher y me spoileó el final de mi serie favorita. Eso fue imperdonable —dije, aún dolida.
—¡Zincarla mata a Reilus en el capítulo diez! —gritó Remina dramáticamente.
—¡Exactamente! ¿Quién hace eso en una primera cita?
—Bueno —intervino Anetta—, mejor nos dormimos ya. Mañana tenemos clases con el profesor Galván. Y ya saben cómo se pone si alguien cabecea en su clase.
Las tres asentimos con un suspiro resignado.
Apagué mi celular, programé la alarma y me acomodé en la cama.
—Buenas noches, chicas —dije, cerrando los ojos.
—¡Buenas noches, Mera! —respondieron al unísono.
Esa noche dormí como no lo hacía desde hacía meses.
Ni monstruos. Ni mariposas doradas. Ni fuego azul.
Solo silencio.
Aunque, por momentos, la imagen de Zeylan alzando su espada volvía a mi mente. Sus palabras aún flotaban como eco:
“Por tu bien… olvida todo esto.”
La mañana siguiente, íbamos en el Spark de Remina rumbo a la universidad. Al llegar, un tumulto de estudiantes nos llamó la atención. Todos miraban hacia el estacionamiento.
Un auto deportivo negro, brillante, avanzaba lentamente entre la multitud. No era el tipo de coche que se ve todos los días en una universidad pública.
—¿Desde cuándo la Metropolitan se volvió privada? —bromeó Remina con ironía.
—¿Quién sabe? —respondió Anetta, sin darle mucha importancia.
Y entonces lo vi.
Zeylan.
Salía del auto, vestido con ropa común, un morral al hombro. Muy diferente a como lo había visto esa noche.
A su lado bajaron otras personas: un chico rubio, dos chicas. Una de cabello largo y castaño, y otra pelirroja. La pelirroja vestía como una bruja salida de un catálogo de moda gótica.
Parecían un grupo sacado de una serie de Netflix.
Esto no puede ser una coincidencia, pensé.
—¿Eh? ¿Dijiste algo, Mera? —preguntó Anetta.
—No… no es nada. Solo que... ¿no les da la impresión de que son algo engreídos?
La verdad, no sabía qué decirles. ¿Les contaba que Zeylan me salvó de un monstruo en la azotea hace menos de 48 horas?
—A mí los chicos me parecen lindos —comentó Remina, sin filtro—. Especialmente el de ojos azules.
Sí, claro que sí.
Entramos al edificio justo cuando el profesor Galván saludaba a la clase.
—Buenos días, chicas y chicos —dijo mientras dejaba su maletín sobre el escritorio—. Este semestre comenzamos con dos nuevas compañeras. Vienen de la universidad Rousseau Libier, en la capital.
La chica de cabello castaño sonrió y saludó.
—Hola a todos. Soy Kyara Luna. Un gusto conocerlos.
La pelirroja se limitó a decir con voz seca:
—Sharin Almeira.
El aula entera se quedó en silencio. Los chicos la miraban como si acabara de aparecer en pasarela.
—Señoritas Aldana, Nova y Albaceleste —dijo el profesor—, ¿podrían ayudar a nuestras nuevas compañeras con una guía por el campus?
—Claro, profesor —respondió Anetta, siempre dispuesta.
Las dos nuevas se acercaron. Kyara se sentó a la izquierda de Anetta y Sharin, a mi derecha. Kyara se presentó enseguida. Sharin… no dijo una palabra.
La clase transcurrió con normalidad, pero algo extraño pasó al final.
Cuando miré mi cuaderno, una hoja en blanco tenía un mensaje:
“Saludos, chica recién despierta. No hace falta decir quiénes somos, pero sí lo que hacemos aquí. Seremos tus compañeras… y tus niñeras. El enemigo podría hacer su jugada en cualquier momento, así que no hagas escándalo. ¿Vale?”
Al final del mensaje, un dibujito con una carita sonriente y el dedo en los labios.
Levanté la vista. Sharin me miraba de reojo, como quien confirma algo. Levanté una ceja. Ella desvió la mirada.
¿Qué se supone que significa esto?
El resto del día pasó entre clases, apuntes y recorridos por la universidad. A cada cambio de aula, Kyara conversaba con facilidad. Anetta y ella parecían encajar bien, como si fueran viejas amigas. Era impresionante lo rápido que podía conectar con los demás.
Sharin, por otro lado, apenas decía una palabra. Solo hablaba lo justo para preguntar direcciones. Y cuando lo hacía, lo hacía con una elegancia casi teatral, como si todo en ella estuviera perfectamente medido.
Remina no tardó en hacer de las suyas.
—¿Me pregunto cómo se llama ese chico rubio que llegó con el de ojos azules? —dijo en voz alta, mientras se sujetaba de mi brazo con fingida coquetería.
Vi a Sharin ponerse roja. Muy roja.
Apretó los puños. Su expresión cambió por completo. La indiferencia se convirtió en una amenaza muda. Kyara también levantó la cabeza, alerta.
—Si lo veo en la cafetería, creo que me aventuraría a hablarle —añadió Remina, sin piedad.
—¡¿Acaso no te has dado cuenta de que es mi novio?! —gritó Sharin de golpe, con el ceño fruncido.
Hubo un silencio incómodo. Remina, en lugar de ofenderse, soltó una sonrisa satisfecha.
—¿Ves? Solo hacía falta un tema interesante para hacerte hablar —respondió animada, sin rastro de culpa—. Tranquila, no pretendo quitártelo.
Kyara se apresuró a intervenir, tomándola del brazo.
—¡Eh! Sharin, ya es hora del almuerzo. Vamos a reunirnos con Zeylan y Erick, ¿sí?
—Disculpen, chicas —dijo con una sonrisa apenada—. Mi amiga no es muy buena con la gente nueva.
—Nos vemos luego —murmuró Sharin, sin mirarme.
Las observamos alejarse entre los demás estudiantes. Remina se cruzó de brazos, con una expresión triunfante.
—Lo siento, ¿pero qué hice? —dijo, haciéndose la inocente.
—Remina… —la regañé con una mirada.
—¿Qué? Fue gracioso. Además, esa chica necesitaba una dosis de realidad. Demasiada actitud para alguien que ni te saluda.
—Sí, bueno… igual te pasaste un poco —comentó Anetta.
Nosotras también fuimos a comer. La cafetería estaba a reventar, como siempre a mediodía. Por suerte, Remina había preparado almuerzo para las tres. Una de las muchas razones por las que la queríamos tanto, a pesar de su lengua afilada.
Nos acercamos a nuestra mesa habitual, y lo vi.
Zeylan.
Estaba en la mesa de al lado, con su grupo. Sharin sonreía al lado de Erick. Kyara hablaba animadamente. Zeylan, en cambio, estaba callado. Pero no dejaba de mirarme.
¿Por qué sigues mirándome así…?
—¿No notaron que Sharin se ve como otra persona cuando está con su novio? —comentó Anetta, sirviéndose una bebida.
—Eso le decía a Mera hace un momento —respondió Remina.
Yo solo asentí, distraída.
Entonces vi que Zeylan se levantaba. Se despidió del grupo y se dirigió a la salida del comedor. Era mi oportunidad.
Remina recibió una llamada justo en ese momento. Puso cara de emoción.
—¡Hola, Deimos! Justo pensaba en ti —dijo, alejándose unos pasos para tener privacidad.
Me levanté discretamente.
—Chicas, me disculpan un momento. Voy al tocador a refrescarme.
—No te preocupes, aquí estaremos —dijo Anetta, sin levantar la vista de su ensalada.
Con el bolso en la mano, me escabullí entre los estudiantes y seguí el pasillo que llevaba al estacionamiento. La luz del sol me encandiló unos segundos.
No lo veía.
Estaba a punto de volverme cuando una voz familiar me sorprendió.
—¿Buscas a alguien?
Zeylan estaba sentado sobre el capó de un auto, brazos cruzados, como si me hubiera estado esperando.
Lo miré con rabia contenida.
—Quiero la verdad, Zeylan. ¿Qué haces aquí? ¿Acaso te ordenaron vigilarme?
Bajó del auto con calma. Se acercó un par de pasos.
—Nuestra misión es protegerte, Mera. Tu habilidad es demasiado poderosa. Y peligrosa. El culto que controla a los nóctofagos… te quiere de su lado.
Me quedé inmóvil. No era sorpresa, pero escucharlo así, tan directo… dolía.
—Pero dijiste que olvidara todo. ¿Cómo esperas que viva tranquila sabiendo esto?
Zeylan se acercó aún más. Puso sus manos sobre mis hombros. Sus ojos buscaron los míos.
—Mientras yo esté cerca, nada te pasará. Ni a ti ni a las personas que amas —dijo con sinceridad. Secó una lágrima que caía de mi mejilla—. Pero por favor… no te involucres.
Aparté su mano, dolida.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Ignorar a los que sufren? ¿Mirar hacia otro lado mientras otros mueren? ¿Jugar a ser normal cuando ya no lo soy?
Su rostro se tensó.
—No entiendes. No sabes controlarte aún. No sabes quiénes son ni de lo que son capaces. Si te enfrentas a ellos sin estar lista, podrías…
—Entonces enséñame —lo interrumpí—. Enséñame a combatir. Enséñame a usar mis poderes. Déjame pelear.
Pero él desvió la mirada.
—No puedo. Te lo pido por última vez… mantente al margen.
No pude seguir escuchándolo. Giré sobre mis talones.
—¡BIEN! Entonces no tengo nada más que hablar contigo, Zeylan Levi.
Corrí. No sabía si por rabia o por tristeza. Quizá por ambas.
Lo escuché llamarme.
—¡Espera, Mera! ¡Mera!
No me detuve.
Te odio, Zeylan Leví.
Más tarde, de vuelta en la cafetería, intenté aparentar normalidad.
—Te tardaste un montón, amiga —dijo Remina, colgando su móvil.
—Fui a buscar unos apuntes al casillero. Me distraje —respondí, fingiendo una sonrisa.
—Perfecto. Porque me muero de hambre —comentó Anetta.
Comimos entre risas y bromas, pero mi mente seguía atada a sus palabras:
“Te lo pido una última vez, Mera. Mantente al margen de esto…”
Idiota…
Mera y el Poder del Atrapasueños
Lo que se Esconde en la Oscuridad Part. 1
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