Lectura

 
 
El Guardián de los Sueños

Cientos de mariposas doradas danzaban en el aire, brillando como diminutas constelaciones. Volaban con una fuerza invisible, envolviendo al monstruo y apresándolo como si cada una fuese parte de una red viva.

La criatura forcejeaba, pero no podía moverse.

Las mariposas parecían conocerme. O yo a ellas.

—¿Qué es esto? —susurré, incrédula.

Mis ojos bajaron a mis manos. A pocos centímetros, flotaban dos círculos dorados. En su interior, un patrón tejido como una telaraña giraba lentamente. Atrapasueños. Dos. Iluminados con esa misma luz cálida, parecidos al que Remina me había regalado años atrás.

Las mariposas salían de ellos, como si fueran portales. ¿Estaban bajo mi control? ¿O alguien más las manipulaba?

Sentí que todo esto me era familiar. Una extraña conexión vibraba en mi pecho, como si una parte de mí supiera exactamente qué hacer.

«¿Soy yo quien los invoca?»

La confusión apenas empezaba a asentarse cuando otra figura irrumpió en la escena.

Saltó desde el edificio de enfrente con una agilidad imposible. Aterrizó con un golpe seco y elegante. Su silueta era inconfundible: chaqueta negra, capucha. La misma del chico que había visto en mis sueños.

Sacó una espada de lo que parecía una lámpara, y una llama azul se encendió al instante, iluminando la noche.

Se paró delante de mí.

Protegiéndome.

Y entonces, lo supe. Él era real.

No solo en sueños.

No solo en mi mente.

«¿Sigo soñando? ¿Por qué no puedo despertar...?»

Solo cuando se giró por fin y sus ojos azules se cruzaron con los míos, sentí que algo muy dentro de mí cambiaba.

—Me disculpo por no haberte encontrado antes —dijo, su voz profunda y calmada—. Hubiera evitado que pasaras por esto.

Era la primera vez que lo escuchaba hablar. En los sueños, siempre era silencio. Furia. Espada.

—¿Qui... quién eres? ¿Qué es ese... monstruo? ¿Qué demonios está pasando aquí?

No pude evitar lanzar mis preguntas una tras otra. Mi voz temblaba. Yo temblaba.

—Mi nombre es Zeylan Leví. Soy un guardián de los sueños —respondió, sin quitar la vista del nóctofago. La criatura gruñó, agitada, atrapada en el enjambre dorado—. Eso que ves es un nóctofago. Una pesadilla escapada de la mente de un soñador. Si despiertas dentro del Reino de Medianoche… él no dudará en devorarte.

—¿Entonces… no estoy soñando?

—No del todo —respondió, y sus palabras calaron hondo—. Cuando despiertas en el Reino de Medianoche, este mundo y el tuyo se funden en uno solo.

Quedé helada. ¿Era esto lo que pasaba cada vez que soñaba? ¿Estaba cruzando la frontera entre dos realidades?

—¿Y si muero aquí...? —pregunté, con voz entrecortada.

—Existe la posibilidad —dijo—. Si eso pasara… te convertirías en un nóctal. Una criatura de oscuridad, consumida por sus propias pesadillas.

Tragué saliva. No quería ser una de esas cosas. Pero no podía dejar de preguntarme… ¿cuántas veces había estado cerca ya?

—No te preocupes —añadió, suavizando su tono—. Estoy aquí para proteger a los soñadores que despiertan.

Se adelantó hacia la criatura, que seguía atrapada, y levantó su espada con determinación.

El monstruo rugió. Yo cubrí mis oídos, temblando. El símbolo del atrapasueños comenzó a desvanecerse. Las mariposas también.

«¡Fui yo quien las hizo aparecer!» pensé, al ver que los círculos dorados en mis manos se disipaban lentamente.

Zeylan dio un paso al frente. El fuego azul de su espada era lo único que iluminaba la oscuridad.

—¡Ahora es mi turno de actuar!

Saltó, veloz como un rayo, cortando con fuerza. El monstruo se zafó y se defendió con ferocidad. Las garras y el acero chocaban con estruendo. Zeylan esquivó, atacó, resistió.

Cuando la criatura dejó su flanco expuesto, el guardián le asestó un corte profundo. El nóctofago cayó al suelo, rugiendo de dolor.

—¡Vuelve al agujero del que saliste, engendro de la noche! —gritó.

Pero la bestia se levantó, enfurecida, y se lanzó contra él con toda su fuerza.

—¡Zeylan, cuidado! —grité, viendo cómo lo empujaba contra el muro del tejado. Cayó malherido, su espada aún encendida.

Yo estaba detrás del monstruo. Congelada. Si no hacía algo, lo mataría.

Mis manos comenzaron a brillar. Lo sentí en mis venas: esa energía dorada, esa misma sensación de antes. Era como si mi subconsciente supiera exactamente lo que debía hacer.

Recordé el símbolo. El atrapasueños. Las cadenas. Las mariposas.

«Puedo detenerlo.»

Levanté las manos.

—¡Aparece! —grité con todas mis fuerzas.

El símbolo se dibujó en el aire, dorado y brillante. De él salieron unas cadenas enormes que envolvieron las zarpas de la criatura justo antes de que pudiera golpear a Zeylan.

Y entonces lo vi.

Una figura de apariencia humana, enorme, con un yelmo de cuernos marfil y cabello dorado. Tenía las cadenas enrolladas en sus brazos. Su presencia llenó el aire de poder.

Zeylan se reincorporó. Con la espada en llamas, arremetió una y otra vez. Esta vez, cada tajo acertaba. El monstruo rugía, cada vez más débil, más herido.

—¡Desaparece en los confines de la vigilia, engendro oscuro! —exclamó, y con un golpe final, el nóctofago estalló en llamas azules.

Sus restos ardieron hasta desaparecer.

El ser dorado desapareció también, como si se disolviera con el viento. Solo quedábamos nosotros, envueltos en la calma.

Zeylan se acercó. Sus ojos azules se clavaron en los míos. Bajó la capucha, mostrando su rostro por primera vez. Era joven, de facciones firmes, cabello oscuro y mirada intensa.

Nos miramos en silencio, rodeados del resplandor del atrapasueños que aún flotaba débilmente entre nosotros.

—¿Cuál es tu nombre? —me preguntó de repente.

Tardé en responder. Todo esto seguía sintiéndose como una locura.

—So… soy Mera Albaceleste.

Él asintió con una leve sonrisa.

—Mera… ya no tienes que temer. Has sido muy valiente esta noche. Pero… será mejor que olvides todo lo que ocurrió. Por tu bien, y por el de quienes te rodean.

¿Cómo se supone que olvide algo así? pensé.

Pero cuando quise decirlo, sentí que me fallaban las fuerzas. Todo se tornó difuso. Zeylan me sostuvo entre sus brazos mientras me desvanecía.

—Fue un gran esfuerzo el que hiciste… —murmuró—. Fue hermoso ver un poder de atrapasueños como el tuyo, Mera.

Y caí.

Oscuridad.

Y una última visión…


Una chica. Pálida, con cabellos rubios y labios sin color. Me miraba con ojos llenos de dolor. Parecía de mi edad. Y parecía… atrapada.

—Sé fuerte. Enfréntalos. La oscuridad te perseguirá. No descansarán hasta encontrarte —dijo con voz urgente—. Ya saben quién eres, y lo útil que puedes serles. No se detendrán… igual que no lo hicieron conmigo.

Quise alcanzarla, pero unas sombras la arrastraban. Extendía una mano hacia mí.

—¡¿Cómo puedo salvar a los demás si no sé cómo salvarme a mí?! —grité, impotente.

—Confía en el joven que guarda tus sueños —susurró, antes de desaparecer en las tinieblas.

Me lancé tras ella.

Y caí al vacío.

Un rugido retumbó desde el abismo. Cuatro ojos brillaban en la oscuridad. Una enorme boca se abría. Grité.

Alguien me zarandeó suavemente.

—¡Mera, despierta! ¡Vamos, Mera!

Abrí los ojos, con dificultad. El aire me faltaba. Mi pecho subía y bajaba con fuerza. Y vi los rostros de mis amigas.

—Tranquila, mana. Solo fue una pesadilla —dijo Remina, abrazándome.

Anetta encendió la luz. Estaban conmigo, preocupadas.

Todo… estaba igual. Como si nada hubiera pasado. La habitación, intacta. La ventana, la cama, las cortinas. Todo.

Pero entonces lo vi.

Mis manos.

Los símbolos del atrapasueños brillaban débilmente, casi invisibles. Y se desvanecieron antes de que ellas pudieran notarlo.

—No fue un sueño… —susurré.

Mera y el Poder del Atrapasueños

Volver a ser una Chica Normal

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